Estos días me ha entrado la duda sobre ¿qué es hablar de política? entonces he caído en que hablar de ese tema es hablar de lo que pasa en mi vida cotidiana. Es hablar de que el otro día hice un post sobre un artículo de opinión sobre algo que me afecta y que la plataforma donde escribo me mande un mensaje diciéndome que por ahí no vaya o me cancelan y borran la cuenta.

Atónita con el temita, volví a pensar en los derechos, pero esta vez en el de expresión, pero al comentarlo el mensaje más repetido ha sido: «no molestes ni seas pesada» y así, las chiquillas como yo, aprendemos que «calladitas estamos más guapas». Es un mensaje que estoy cansada de escuchar.
Y aunque ni lo oiga, ya me lo imagino, cada vez que defiendo algo o le paso algo a alguien que quiero que lea para que lo debatamos.
¿Por qué me pasa esto? la respuesta que suelo darme a esta pregunta son las prisas diarias o que no la he realizado en el momento oportuno para que la recibidora del mensaje se vea en la predisposición de pararse a responder, que viene a ser lo mismo que las prisas. Pero aquí sigo, erre que erre.
Supongo que hablar de lo que vivo es hablar de política y asumir que mi voz también importa porque estoy aquí es lo que tiene.
Entendiéndolo así, lo político, más que cualquier lugar externo, empezaría en el propio cuerpo. En lo que puedo decir sin miedo, donde puedo ir, los espacios que puedo ocupar y cómo me tratan cuando me salgo de un molde establecido por vete tú a saber quienes.

Si sigo suponiendo, me concentro en que cuando señalo cualquier movida que me afecta, toco un poder. Y cuando el poder se siente señalado, lo normal es que se defienda. Aparece aquí el silenciamiento como mecanismo de control, el «no seas pesada» como estrategia cultural para que no cuestione lo establecido. «Tú vas a hablar cuando te inviten a hacerlo, y solo de lo que te dejen hablar, no de lo que tú quieras y cuando a ti te dé la gana». Jaja. ¿Quién me habrá enseñado a desplazar la culpa hacia mí?
«Yo lo he hecho mal, que no entiendo los tiempos de las personas, he elegido mal momento, molesto…» ¿de dónde me viene? ¿De mí? ¿O de una cultura que me ha entrado para justificar que mi voz no se escuche?
¡¿POR QUÉ MI VOZ TIENE QUE ENCAJAR EN LOS TIEMPOS Y RITMOS DE LOS DEMÁS?!

No sé, no veo que mis palabras tengan que seguir unas reglas de conducción para que nadie se estrelle contra ellas.
Muy al contrario, serían como una especie de «poder fortalecedor» para que quien las quiera enganchar, tenga más fuerza para lograr lo que pretende.
Entonces, ¿el mensaje que me llega de quienes me dicen «no molestes» surge de que mi mensaje es incómodo o de que mi voz ocupa un espacio que antes no ocupaba? Son cosas muy distintas.
Si incomoda mi contenido, es que estoy señalando una verdad.
Pero si molesta que tenga derecho a expresarlo, es que estoy rompiendo un mandato social.
¿Qué crees tú que estará molestando? ¿Lo que digo… o que sea yo la que lo diga?
