Permíteme contarte algo…

antes de nada, hola.

Después de eso, sigo, hace muchos años me generaban curiosidad las frases aisladas que iba leyendo de filósofos como Schopenhauer, Nietzsche, Fernando Savater… reflexionaba sobre ellas y las debatía en redes sociales. Qué petarda, pensarás… pero la verdad que esas acciones sembraron la semilla de la discusión de las ideas en mí y me hicieron leer varias de sus obras. Haciendo que me acercara, posteriormente, a filósofas como Hannah Arendt. No me gustó nada leer Ética para Amador de Fernando Savater, aunque imagino que se inspiró en Ética a Nicómaco de Aristóteles (obra que no he leído, pero Aristóteles me cayó bien cuando lo explicó Santiago Beruete en bachiller) (aunque ni idea porque no me dedico a la filosofía, ni tan siquiera era buena expresando ideas filosóficas en los exámenes. Siento si esto y lo que va de post es considerado como intrusismo en el campo de la filosofía, que a mí tb me toca el coño la psicología mainstream), pero bueno, que me acercó a Ética para Celia de Ana de Miguel. Dicha obra me conmocionó de tal manera que con cada capítulo que leía sentía como si me sacudieran y con cada tambaleo se deslizara por mis orejas un pensamiento que aún no tenía ni forma.



La semana pasada, como comenté, falleció el neurocirujano que me intervino en la Unidad de Cuidados Intensivos y reflexioné mucho sobre la vida como tránsito hacia la muerte.

Con todo esto en mente, y algunas cuantas cosillas más, empecé a hacerme preguntas sobre por qué no había leído a más mujeres y qué nos hace tomar acción en esa línea repleta de significado que va del punto A al punto B.

Por lo que después de este superfluo contexto de mi almacén mental, pretendo escribir sobre la supuesta importancia que se le ha dado a la voluntad en detrimento a otros factores influyentes que han sido obviados por otros motivos que no me pienso aventurar a señalar porque no tengo ni idea. Pero sí que me aventuro a hacer reflexionar sobre las máscaras que han de romperse para ser capaces de abordar lo que se esconde detrás.

Para ayudarme a escribir este texto, voy a utilizar una máscara hanya. Las hanya son máscaras tradicionales japonesas. Se utilizan principalmente en el teatro Noh y a menudo representan a una mujer, COMO NO, que se ha transformado en un demonio a causa de sentimientos de celos, dolor, o ira. Este patrón cultural refleja cómo las mujeres hemos sido históricamente reducidas a nuestras emociones y castigadas cuando esas emociones (celos, ira, tristeza) no encajan en los roles de género esperados. Esta demonización de las emociones femeninas no solo perpetúa la desigualdad, sino que justifica la violencia simbólica y material contra las mujeres al convertir respuestas humanas (frustración, deseo de justicia, rabia) en algo monstruoso.



La voluntad: Origen del protagonismo en nuestras acciones


En un intento asociacionista de explicar lo que acontece sin tener ni idea de porqué (clima, muerte, enfermedad…) y no poseer herramientas científicas, las explicaciones se buscaban en algo más grande y personal como la voluntad de los dioses. La mitología y las religiones recogieron ese deseo de conocer e hicieron “negocio” con ello proporcionando un marco comprensible: si algo sucede, es porque alguien (aunque exista en un plano invisible) quiere que ocurra«.



La voluntad divina acaba cobrando protagonismo absoluto, todo tiene una razón y un propósito. Hay algo que es percibido como omnipotente cuya voluntad crea y sostiene el universo. Pero ojo ¿es que los humanos también tenemos esa voluntad? ¡Benditos filósofos que les dio por sacar humo por las orejas! Se hablaba del “daimon”, una especie de voz interior que advierte, pero no ordena y conecta lo divino con lo humano, capaz de guiarnos en nuestras acciones a cometer. Nos vamos ahora de la voluntad divina a la voluntad en sí como algo que impulsa tanto nuestras acciones individuales como la fuerza irracional y fundamental del universo que busca perpetuarse en el tiempo y autoafirmarse.


¿cómo influye en los deseos humanos esta voluntad? ¿es cierto que nunca puede satisfacerse completamente y que nos condena a una existencia marcada por la frustración? pues no, esa pregunta ya se la hicieron los científicos y la respondieron dando explicaciones poco amenas. El problema de quitarle peso a la voluntad, es que nos hace pensar y somos ahorradores de energía. Reflexionar cansa porque nos lleva a enfrentarnos a factores que sabemos que existen y no controlamos. Desde nuestra carga genética hasta nuestras circunstancias sociales.



Reducir el protagonismo de la voluntad nos obliga a reflexionar sobre la complejidad de nuestras decisiones y la influencia de factores externos. También alivia de cierto peso moral porque ayuda a valorar el origen de los errores por circunstancias incontrolables (como traumas, presiones sociales, predisposición genética etc) y fomenta la compasión

Aunque reducir el protagonismo de la voluntad es útil para comprender el mundo de manera más objetiva, no significa que debamos descartarla por completo:

desde un punto de vista individual, la voluntad crea agencia
. Es decir, que sigue siendo una fuerza central en nuestra experiencia vital porque nos motiva a actuar, perseguir metas, luchar por nuestro sueños y demás parafernalia happyflower aunque estén condicionados por otros factores. La sensación de actuar con voluntad propia es fundamental para nuestra identidad. Claro que la voluntad no opera igual para ambos géneros. A los hombres que muestran voluntad, se les percibe como líderes o agentes del cambio; cuando las mujeres lo hacemos, se nos considera irracionales, peligrosas o «demasiado emocionales». Este doble rasero está en el núcleo de la construcción de las hanya y otras figuras culturales similares.


La voluntad, así entendida, también es fuente de creatividad y expresión artística. Por lo que quitarle protagonismo NO debe ser lo mismo que eliminarla, sino reconocerla como una parte de un sistema más amplio que incluye factores internos y externos- para tomar decisiones más chachis y hacernos conscientes de qué influye en eso que llamamos “voluntad” tomando conciencia colectiva para comprender cómo las decisiones y los errores de personas que no han sido hombres con cierto estatus económico están condicionados por un sistema que históricamente las ha subordinado.


El término «hanya» se asocia con el término sánscrito «prajña», que significa «sabiduría», porque las emociones representadas en la máscara reflejan la complejidad del alma humana. Simbolizan el dolor y el sufrimiento que convierten a una mujer, COMO NO (otra vez), en un ser vengativo y demoníaco. Aunque dan mal rollo, las hanya también muestran vulnerabilidad y tristeza, reflejadas en los ojos. Pero aquí nosotras no nos vamos a poner a hacer la distinción entre hombres y mujeres una vez entendido que las mujeres (de todos los estratos sociales) y los hombres pudientes no hemos tenido la misma influencia histórica en la creación cultural. Por lo que vamos a concluir y seguir reflexionando sobre lo que implican las vulnerabilidades, cómo hemos de ser precavidas con la imaginación a través de límites establecidos por el respeto a nuestra libertad y la ajena siempre que no nos repercuta desmesuradamente.

Salud, café y muchas filosofadas.

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