¡Buenos días, tardes o noches!
Si el domingo pasado escribí sobre la culpa, este pretendo escribir sobre la acción contraria, sin apartar la vista de la sociedad líquida en la que vivimos. Y, dado que estamos en 25 de noviembre, quiero entretejer en este análisis algunas reflexiones sobre la lucha contra la violencia de género y lo que significa avanzar hacia una sociedad más justa.

El acercamiento al conocimiento de esta etapa modernilla de la sociedad, caracterizada por la fluidez, la falta de estructura sólida y la constante transformación, desemboca en instituciones, relaciones y valores poco estables. Todo parece efímero y maleable.
¿Es esto cierto, o es otra paja mental acompañada de una divagación más que me permite pasar la tarde conversando con la peña?
Pues te cuento, y ya me dices tú si coincides o no con lo que vengo a exponer.

Para empezar, quiero hablar de relaciones y expectativas, esas que parecen reflejar la naturaleza superficial de nuestro entorno actual. Cada vez es más frecuente que los compromisos profundos sean sustituidos por conexiones funcionales. Imagino que tú también habrás tenido ese grupo de amigos (o ese amigo/a en solitario, o incluso pareja) con los que, al decidir no compartir tanto, has sentido cómo te han puesto «a cagar de un burro» o han desaparecido de tu vida al no estar en la misma onda momentánea. Esa onda que quizá beneficiaba a alguien, pero definitivamente no a ti. Esta dinámica genera una cierta «precariedad emocional».
Se teme profundizar o comprometerse porque la permanencia parece inalcanzable, e incluso indeseable, en un mundo que cambia constantemente. Esta dificultad puede provocar una sensación de soledad y desconexión, pero también es cierto que estas situaciones, por incómodas que sean, fomentan la creatividad, la innovación y la capacidad de encontrar nuevas oportunidades en entornos cambiantes. Como hemos hecho siempre a lo largo de la evolución, ya sabes, el tema ese de adaptarse al cambio o morir.
Sin embargo, esta misma fluidez tiene un impacto especialmente dañino en contextos como el de la violencia de género. Las relaciones superficiales y efímeras pueden ser un terreno fértil para dinámicas tóxicas en las que no se detecta ni se aborda a tiempo el daño emocional o físico que alguien está experimentando.
Es necesario reflexionar sobre cómo la construcción de vínculos más sólidos y responsables puede ser una herramienta para prevenir y erradicar estas violencias. Porque, en última instancia, la lucha por relaciones más justas e igualitarias también forma parte de la revolución emocional que necesitamos.

Por otra parte, está la tendencia a desechar lo que está roto en lugar de repararlo. Esto no solo aplica a objetos materiales, sino también a relaciones humanas, compromisos sociales y proyectos vitales. Reparar exige esfuerzo, paciencia y una visión a largo plazo, valores que están claramente en declive en un mundo que prioriza la satisfacción rápida y el consumo.

Pero ¿qué pasa cuando pensamos en esta lógica de desechar desde otra perspectiva? podríamos decir que el sistema patriarcal nos ha enseñado a «desechar» a las mujeres como si fuéramos piezas reemplazables: mujeres que no cumplen roles de género tradicionales, que no se ajustan a los estándares de belleza o que no permanecen en relaciones abusivas son vistas como «fallidas». Este enfoque deshumanizante necesita ser reemplazado por uno que valore la reparación: no de las personas en sí mismas (porque nadie está «rota»), sino de las estructuras que perpetúan la desigualdad y la violencia. Por eso, el acto de reparar no solo tiene sentido en nuestras relaciones personales, sino también en la lucha colectiva. Implica reconstruir desde el feminismo, desmantelar las jerarquías y comprometerse con una visión a largo plazo en la que todas las personas tengamos espacio para ser y vivir con dignidad. Ayer mismo, tuvo lugar en Ibiza una marcha nocturna en conmemoración a las mujeres, niños y niñas asesinadas por la violencia de género y la policía que se encargaba de restringir el paso a los coches para que pasáramos ni si quiera sabía porqué marchábamos. Ni tan siquiera se tomó la «molestia» de saber porqué estaba ahí, colega. íbamos más de 50 mujeres vestidas de negro, con carteles, marchando en fila de a 1 y en silencio con un ataúd que presidía la misma… ¿cómo nombramos a ese acto de ignorar sistemáticamente a un colectivo?
ah sí. Violencia simbólica y violencia estructural que deriva en normalizar la exclusión, la deshumanización y evita el cambio social.

Luego está la ambigüedad y la falta de precisión en el discurso, que parece un síntoma más de esta sociedad líquida. No hay consenso sobre normas y valores sociales, y tendemos a evitar afirmaciones categóricas o compromisos ideológicos firmes por miedo al rechazo, la polémica o el conflicto. Ayer mismo una amiga me pasó un texto desgarrador sobre violencias sufridas que no quiere compartir por evitar ser etiquetada. Pero aquí, se invita a lo contrario: a no temerle a la claridad ni al compromiso. Nombrar la violencia de género por lo que es, visibilizar las estructuras de poder que la sostienen y plantear soluciones contundentes son acciones que exigen valentía en un mundo donde las palabras a menudo se diluyen. Si bien es cierto que la sociedad líquida nos permite escapar de normas opresivas, también puede dificultar la construcción de consensos sólidos sobre derechos fundamentales. Por eso, es importante equilibrar la flexibilidad con un discurso claro y decidido en torno a la igualdad.

Para cerrar, quiero hablar de lo que considero el punto más crítico: la tensión entre la exaltación de la individualidad y el respeto hacia los demás. Soy una fiel defensora de la individualidad y la autonomía personal mientras no repercuta en la libertad de otra persona, pero estoy completamente en contra de celebrarlas como valores supremos. Con demasiada frecuencia, esta exaltación se traduce en desconexión emocional de los demás y en priorizar los propios deseos por encima del respeto hacia el prójimo.

La autonomía personal y la libertad son fundamentales, pero no pueden construirse a costa de ignorar las desigualdades estructurales o las violencias que enfrentan otros. La libertad individual debe ir de la mano con la responsabilidad colectiva. No es suficiente con «respetar a los demás»; también debemos ser conscientes de cómo nuestras acciones, palabras y silencios impactan en un sistema que perpetúa el machismo y la violencia. El problema, en mi experiencia, es una obsesión (a veces estúpida, a veces ansiosa) con el futuro o el pasado, que nos impide desarrollar un plan claro para afrontar lo que nos incomoda y nos distrae del presente, que al final es lo único que realmente tenemos. Y es en este presente donde debemos comprometernos con la igualdad: no mañana, no cuando tengamos tiempo, sino ahora. Tenemos el gran reto de encontrar un equilibrio entre la fluidez y la estabilidad, entre la libertad personal y la responsabilidad social, entre la autonomía y el compromiso con la igualdad. El cambio empieza en lo cotidiano, pero necesita de un esfuerzo colectivo para que sea duradero.

¿Qué culpas o juicios sientes que ya no te pertenecen?
VIVE COMO SI FUERAS A MORIR HOY, PERO PIENSA COMO SI NO LO FUERAS A HACER NUNCA.
Salud, café y muchas filosofadas 🙂