• Re-: Prefijo que indica «de nuevo», «otra vez».
  • Cognoscĕre: Verbo que significa «conocer» o «averiguar».

Por lo tanto, reconocer significa literalmente «conocer de nuevo» o «volver a conocer». Esta etimología refleja la idea de una segunda mirada o la revisión de algo que ya se conoce para reafirmarlo, descubrirlo otra vez o verlo con una nueva perspectiva. Lo típico que pretende alguien que te quiere y sabe más que tú en el tema cuando dice: «dale un par de vueltas».

Y bien, el amor se manifiesta en gestos simples: en dar aquello que preferiríamos reservar para nosotros mismos. En esos momentos, notamos que nos quieren. Pero, ¿cómo se relaciona esto con la forma en que percibimos a los demás y a nosotros mismos?

Ana de Miguel nos recuerda que reconocer no es sinónimo de aprobar o desaprobar. El juicio constante, esa evaluación perpetua de las personas y sus acciones, a menudo se ejecuta desde una posición de superioridad, aunque también puede surgir de un sentimiento de inferioridad. Lo cierto es que resulta agotador vivir bajo el lente de quien siempre está juzgando.

Este juicio constante se parece a un juego de estrategia, como en la teoría de juegos: cada movimiento está destinado a obtener alguna ventaja, a protegerse de alguna pérdida. Pero, ¿es esto realmente necesario en todas nuestras interacciones? ¿No sería más liberador dejar de acumular expectativas y rencores, y aceptar que las personas cambian, que somos, en esencia, seres en constante evolución?

Noto que alguien me quiere cuando prefiere apagar su teléfono móvil para mantener una conversación conmigo y disfrutar de una buena cerveza o un buen té o café y conversa compartiendo su opinión y escuchando la mía con interés. ¿Tú cómo lo notas?

Los límites de la moralidad y el contexto

Cabría preguntarse, a la hora de amar a alguien: ¿es realmente buena una persona que nunca ha tenido que actuar de manera incívica para satisfacer sus necesidades? Quizás la moral no dependa solo de nuestras acciones, sino también del contexto en el que esas acciones ocurren. Aquellos que tienen todas sus necesidades básicas cubiertas, pero que aún así actúan de forma egoísta o «mal», ¿qué son? ¿Revolucionarios? ¿Reaccionarios? ¿Ignorantes? A veces nos etiquetamos y etiquetamos a otros según nuestra propia comodidad, pero ¿qué nos impide replantear esos juicios?

Reconocimiento y autenticidad

Volvemos entonces a la importancia de ver a los demás, de realmente reconocerlos. No puedes ver a una persona hasta que no la reconoces. Y para reconocerla, debes estar dispuesto a ser visto también, a exponerte tal como eres. Como en la conducción, un buen instructor te diría que debes observar antes de tomar decisiones, pero ¿qué hacemos con lo que vemos? ¿Cómo lo interpretamos sin juzgar apresuradamente? ¿Me puedo exponer alegremente como soy si me siento juzgada?

Al compartir un café con un gran amigo, reflexionaba sobre lo que mi formación en Psicología me ha enseñado: somos animales biopsicosociales. Eso significa que todas nuestras acciones, pensamientos y emociones son, en última instancia, naturales y tienen una explicación. Pero, ¿es eso suficiente para dejar de cuestionarnos? ¿Para no buscar siempre una mejora, una evolución?

El desafío de ser idealista

Quizás sea una idealista, pero no en el sentido de quien busca pisos a buen precio porque eso es de un desconocimiento sobre la realidad socioeconómica bestial. Ser idealista, en el sentido ese de soñar con un mundo mejor, formarse, planear y trabajar hacia ese ideal. Necesito actividad, conversaciones profundas, y diálogos que vayan más allá del juicio momentáneo, que nos permitan debatir sin acumular rencores. ¿No te pasa lo mismo? Digo yo que sí, y aquí estás leyendo lo que escribo…

La experiencia como maestra

Al final del día, nadie sabe realmente lo que significa «ser» hasta que experimenta. Como el fuego, uno no comprende su capacidad de quemar hasta que se acerca demasiado. Nos dicen que quema, sentimos el calor, pero no lo entendemos del todo hasta que lo vivimos. La vida, sin ser vivida, es una enfermedad que puede llevarnos al vacío. Así que, experimenta, cuestiona, arriésgate.

Eso sí, no pretendo decirte qué pensar o cómo actuar. Solo reflexiono sobre la importancia de reconocer nuestras propias actitudes. Las etiquetas nos sirven a menudo como escudos para no enfrentar nuestra verdadera naturaleza, pero al final, lo positivo de cada experiencia compartida es lo que realmente nos forma. Y si no tuviera estas reflexiones debido a las mierdas que he vivido, ¿qué estaría haciendo ahora mismo?

Quizás, en el fondo, no somos tan diferentes de una mosca, con la única diferencia de que tenemos la capacidad de preguntarnos por el sentido de nuestra existencia. Y ahí está lo entretenido: vivir, experimentar y seguir preguntando.

Como bien dice el dicho: «La realidad no se puede ignorar, porque tarde o temprano, te acaba dando un zarpazo.»

¡Salud, café y muchas filosofadas!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *