Hoy es 22 de diciembre, día en el que en España se reparten premios de la lotería de Navidad mediante gritos de los niños de san Ildefonso, no sé si en otros países tiene lugar este acto tan… indefinible para mí. Por lo que me he aventurado a pensar en Kukulkán, una serpiente emplumada, central en la cosmovisión Maya, que les servía para estructurar la vida social, económica y cultural.

Este año me ha permitido caer en la cuenta de que nuestros cuerpos son algo que ha sido entrenado, moldeado y disciplinado para comportarse de ciertas maneras según los intereses de quienes nos rodean. Ya teníamos claro esto, se sabe que nuestro cuerpo no es un simple organismo físico (al que sólo le importa realmente a quien lo habita), sino un objeto de control y una fuente de productividad (para los demás). A nivel microsocial se ve en las familias, así como en otros grupos de los que se forme parte (huye cuando te pispes si no te gusta) y a nivel macrosocial por instituciones y demás (de aquí es más difícil huir)
¿Por qué entrenados? porque desde que nacemos nos vemos sometidos a ciertas rutinas con sus correspondientes conductas que nos acostumbra a comportarnos según determinadas normas ¿por qué moldeados y disciplinados? porque a medida que nos vamos introduciendo en la vida social nos establecen reglas detalladas para gestionar el tiempo, el espacio y el uso que hacemos de él.  Aquí ya nos dividimos y clasificamos según nuestras capacidades, habilidades y roles, optimizando así nuestra funcionalidad dentro de la estructura social o económica que se precie. Y así es como pasamos a ser herramientas de producción económica, militar, cultural y/o para satisfacer deseos ajenos.
Pero a ver Nora, ¿para qué me hablas de los niños de San Ildefonso, Kukulkán y después me sueltas esta chapa? pues ojo a lo que viene, sígueme.

La Navidad es un fenómeno cultural, social y económico, eso ya lo sabemos, pero es algo que cada vez me genera más intriga porque moldea nuestras acciones, pensamientos y comportamientos de manera muy evidente. Inicialmente se originó como una festividad religiosa, pero en la modernidad ha evolucionado hacia un sistema complejo simbólico y económico. Por una parte, esta festividad está profundamente ligada a un consumo masivo. Publicidad, descuentos y un puñado de campañas de marketing que apelan a la emoción, la nostalgia y el deber de dar regalos. Se crea la percepción generalizada de que el valor de las relaciones personales está ligado a la calidad o cantidad de los regalos que ofrecemos. Algo que genera el efecto de que las personas se sientan obligadas a gastar más allá de sus posibilidades, acumulando deudas o comprando productos innecesarios que fomentan el materialismo como medio de expresión de afecto. Por otra parte, tenemos las normas sociales que dictan que la Navidad debe celebrarse de cierta manera: reuniones familiares, cenas específicas, decoración y un FELICES FIESTAS a todo pichirroche. Existe esa expectativa de participación que suele ignorar las diferencias culturales o personales. Nos hace sentir presionadas a conformarnos con las tradiciones aunque no nos identifiquemos con ellas. Y si no participas de esto puedes llegar a ser vista como «irrespetuosa», generando exclusión social. Para seguir con la narrativa navideña se refuerzan ideales de felicidad, unión familiar y conciliación, estableciendo un estándar emocional a veces inalcanzable porque las personas podemos atravesar situaciones difíciles como la soledad, el duelo o problemas de otra índole. Aquí se puede experimentar estrés, ansiedad o frustración al no cumplir con las expectativas y llevarnos a recaer en contextos tóxicos o problemáticos.

Vamos con los rituales asociados a Kukulkán, como los realizados en Chichén Itzá que disciplinaban los cuerpos y las mentes de los mayas. Participar en ceremonias, observar los ciclos celestiales y organizar la agricultura en función de estas eran prácticas que requerían obediencia, rutina y sincronización colectiva. Esto es comparable a cómo los niños de San Ildefonso son entrenados para cantar los números de la lotería en un acto ritualizado que simboliza suerte y esperanza, pero también disciplina sus voces, tiempos y movimientos. Kukulkán representaba un orden cósmico que debía reflejarse en la organización social. Los gobernantes, vistos como intermediarios entre el dios y el pueblo, moldeaban las vidas de las personas a través de leyes, rituales y narrativas. Del mismo modo, la Navidad moldea nuestras vidas contemporáneas al establecer roles (el comprador, el anfitrión, el destinatario del regalo) y normas sobre cómo debemos comportarnos en estas fechas, ajustando nuestros cuerpos y mentes al calendario del mercado y las expectativas sociales.

Kukulkán integra lo terrenal (serpiente) con lo celestial (plumas), representando la armonización de opuestos. Este símbolo actuaba como un eje alrededor del cual se organizaba la vida maya, desde la siembra hasta los sacrificios. La Navidad funciona como un símbolo moderno que organiza las emociones (felicidad, nostalgia), el tiempo (compras, reuniones) y las relaciones (expectativa de regalar o participar). Como Kukulkán, esta festividad es un sistema simbólico que dirige nuestras acciones y pensamientos hacia un propósito colectivo. Los rituales de Kukulkán, como el espectáculo del «descenso de la serpiente» en los equinoccios, reforzaban su poder simbólico al conectar los ciclos naturales con los rituales humanos. De manera similar, los niños de San Ildefonso refuerzan el simbolismo de la lotería como un acto colectivo de suerte y esperanza, mientras que las luces, las decoraciones y los villancicos refuerzan la narrativa navideña de alegría y unión.

Los rituales mayas vinculados a Kukulkán evocaban reverencia, asombro y conexión espiritual, canalizando las emociones hacia el cumplimiento de normas sociales (ofrendas, obediencia a las élites). En la Navidad, las emociones como la nostalgia, la gratitud y la felicidad son canalizadas hacia comportamientos deseados, como el consumo o la participación en tradiciones específicas, mientras que el desajuste con estas expectativas genera estrés y exclusión. Kukulkán estructuraba la vida emocional maya, vinculando la adoración con la estabilidad social y cósmica. La Navidad hace algo similar al establecer estándares emocionales de felicidad y unión familiar, dejando poco espacio para la diversidad de experiencias o emociones.

Kukulkán y la Navidad, ilustran cómo los sistemas de poder utilizan símbolos, rituales y narrativas para disciplinar cuerpos y mentes: En el pasado, Kukulkán representaba un orden cósmico que legitimaba el poder de las élites y organizaba la vida social. En el presente, la Navidad es un sistema moderno que organiza nuestras vidas a través de normas de consumo, roles familiares y estándares emocionales. Ambos sistemas muestran cómo el poder puede instalarse de manera sutil y simbólica, utilizando la emoción, la tradición y el ritual para asegurar la adhesión social.

En diferentes contextos históricos, los símbolos y rituales funcionan como herramientas de control. Tanto en el culto a Kukulkán como en la Navidad moderna, los cuerpos son disciplinados, las emociones canalizadas y las mentes moldeadas para cumplir con los intereses de estructuras de poder, ya sean religiosas, políticas o económicas.

¿Cómo podemos empezar a cuestionar las emociones que sentimos frente a tradiciones, campañas o decisiones, para identificar si realmente son nuestras o si han sido moldeadas por quienes buscan beneficiarse de nuestro comportamiento?

Salud, café y muchas filosofadas 🙂

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