Estas semanas he sentido la necesidad de reflexionar sobre la identidad, intentando responder preguntas sobre porqué tenemos esta necesidad de conocernos y delimitar en palabras lo que somos o dejamos de ser para finalmente darles respuestas evolutivas. Para variar en mi discurso. Pero no sin antes darme vueltas de esas que marean mientras tomo cafés. Sola o acompañada.

Mientras estaba sola, buscaba que me sacaran de esos arduos interrogantes Nazareth Castellanos y Moshe Bar. Pero no lo hacían, más bien, hacían que esas cuestiones se introdujeran en mí hasta quemarme por dentro. En sus indicaciones hacia la meditación encontré la lumbre. La llama que prende la mecha de la pregunta que me mueve siempre…¿POR QUÉ?

¿Por qué siento la necesidad de saber quién soy? ¿me descubro o me construyo? ¿qué parte de mí ha sido nombrada por otros y cuáles he nombrado yo? ¿por qué me da más paz no tener una definición cerrada de mí si suele dar más calma etiquetar para reconocer y saber cómo actuar ante el estímulo que se presente? ¿por qué mi percepción sobre mí es positiva aunque no haya hecho lo que mi grupo de referencia consideraba correcto en diferentes momentos de la vida? ¿por qué siento que no me relaciono desde la carencia sino desde la curiosidad?

en infinitas ocasiones siento que mi «paz mental», que no sé qué carajos es eso, es la oscilación del movimiento de una llama que va de aquí para allá impulsado por una duda por un lado y una contestación que la contraataca con un: «pues ya verás y harás».

Con este hacer que llevo por bandera, me alucinan la rigidez de los posicionamientos como algo estático y no como un «pues vamos viendo» en base a unos valores morales. Entonces, me sigo preguntando… ¿me estaré posicionando en el no posicionamiento porque me creo tan listilla como para creer saber que no puede conocerse la verdad absoluta y por ello me cuesta mantener una conversación donde defienda algo a capa y espada?

Nicholas Taleb dijo: «lo opuesto del conocimiento no es la ignorancia, sino la ilusión de conocimiento.» Pero entonces vuelvo a Nazareth Castellanos, Moshe Bar y demás neurocientíficos con los que ando flipando para guiarme hacia la candelaria meditación que me controla el fuego e interrumpe la construcción de un infierno inundándolo de observación.

Por otra parte, Martha Nussbaum afirmaba: «solo si comprendemos profundamente nuestras emociones podemos vivir con sabiduría.» Motivo por el cual, voy a terminar esta reflexión con la fascinante figura de Louise Bourgeois.

A finales de marzo viajé con mi pareja al Guggenheim, en Bilbao. En la entrada hay una imponente descomunal araña así que me he adentrado en la historia de su autora, la cual servirá como broche final a lo que trato de expresar. Su obra está atravesada por experiencias personales que la marcaron profundamente; la infidelidad de su padre y la relación ambigua con su madre enferma, la sensación de abandono y traición, su propia lucha con la ansiedad, depresión y culpa… y PAM, cataplum, pis, pas.

¿Cómo lo expresa? pues con una araña como oda a su madre representando la dualidad entre cuidado y miedo, amor y herida… increíble. Toma autopsia emocional que le da forma al caos exteriorizando el trauma. Su ejemplo me da fuerzas para entrar con más profundidad en mis propios crudos y bellos laberintos que conforman esa identidad en proceso que va tejiéndose como harían sus arañas
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