Buenos días, tardes o noches cafetera de domingo, ¿recuerdas que la semana pasada hablaba del MIEDO como una emoción que afecta en cómo pensamos, actuamos y entendemos el mundo? me ceñí a hablar de las reacciones físicas que preparan al cuerpo para la acción (si te interesa, a la otra entrada). También puse ejemplos históricos que se han manejado con el miedo, así como metí el amor como contrapeso al miedo, también en la misma línea.

Pero hoy toca hacer un pequeño bosquejo sobre cómo el miedo moldea nuestras percepciones. La cognición actúa como filtro interpretativo del miedo, transformando esa respuesta fisiológica básica en una experiencia consciente a través de la evaluación de amenazas, experiencias previas (memoria y aprendizaje) y modelos mentales (cultura, creencias y expectativas)

El miedo activa nuestro sistema límbico, especialmente la amígdala, priorizando así respuestas rápidas sobre las racionales. Incitándonos a prestar atención selectiva (enfocándonos solo en posibles amenazas, ignorando señales positivas), tener un pensamiento catastrófico exagerando la posibilidad de que ocurra lo peor, activando nuestra memoria emocional porque las experiencias negativas son más vívidas y esto refuerza sesgos de disponibilidad de la información y también nos lleva a evaluaciones automáticas que nos hacen recurrir a patrones aprendidos que pueden ser irracionales.

El miedo puede surgir de estímulos externos (un mensaje inesperado, una reacción no imaginada, un ruido fuerte, olores) o internos (pensamiento o recuerdo). Si nuestra querida cognición fijara la atención en el por qué nos surgen determinados pensamientos ante determinadas respuestas fisiológicas, podríamos llegar a hacernos las siguientes preguntas (entre otras muchas, pero estas son prácticas): ¿El estímulo por el que estoy reaccionando es congruente con la situación que estoy experimentando? ¿He experimentado algo similar antes? ¿Estoy amplificando mi percepción de amenaza porque estoy estresada, fatigada o triste?

Aix… si es que a menudo interpretamos señales neutras como amenazas debido a sesgos o aprendizajes previos. Como la que siente que alguien le juzga cuando no hay evidencia de ello… al detenernos y observar nuestras emociones, podemos llegar a cuestionar: ¿Es esta amenaza real? ¿Estoy reaccionando a una experiencia pasada en lugar de al presente? ¿Existen otras explicaciones para lo que estoy sintiendo?

Las personas con traumatismos craneoencefálicos tenemos ciertos problemas con la evaluación del miedo y algunas áreas involucradas en la regulación emocional podrían llegar a verse afectadas por los mismos. Provocando dificultades en la evaluación de peligro, impulsividad o alteración del juicio a la hora de distinguir entre estímulos internos y externos.

A mí es algo que me ha traído y sigue trayendo muchas movidas en mi día a día que algún día iré contando (cuando me apetezca, hoy no) Por lo que un tip interesante para personas que tengan dificultades para detectar esta emoción podría ser: procurar que nuestros valores, pensamientos y acciones tengan coherencia. Algo muy difícil cuando eres una persona impulsiva, lo sé porque lo vivo en mis carnes. Así que ánimo a todas las que nos cuesta, pero persistimos en el intento. Otro tip en relación a este sería escribir muchísimo sobre lo que pensamos ¿por qué crees que estás leyendo este blog? Por tanto, caemos en la cuenta de que el miedo moldea nuestras percepciones a través de la cognición y las experiencias previas, pero también puede distorsionarlas con sesgos y evaluaciones ilusorias. Practicar la observación consciente, fomentar la integridad y desafiar las creencias limitantes permite que esta emoción evolutiva se convierta en un motor para la autenticidad y el crecimiento.

¿Y cómo podríamos transformar el miedo con amor? ¡Qué happyflower sueno a veces! pero bueno, así soy. Así que te voy a contar que en verdad tiene sentido la flipada que acabo de decir. El miedo y el amor coincidiremos en que son emociones muy profundas, que aunque parecen opuestas, realmente comparten raíces biológicas que pueden influirse mutuamente. Mientras el miedo nos protege de amenazas, el amor nos conecta tanto con lo demás como con nosotras mismas, promoviendo seguridad.

Transformar el miedo con amor no implica ignorarlo, sino integrarlo como una experiencia que se puede redirigir para sacar cosas chachis. Como este escrito. Cuando sentimos miedo, es común juzgarnos por nuestras acciones. Al cambiar ese juicio por compasión hacia nos permite que tratemos nuestra propia vulnerabilidad con amabilidad y capacita el entendimiento de esta emoción como algo pasajero que tiene una función protectora. Sin definir quienes somos realmente. También impulsa a equilibrar el propio miedo con amor propio practicando hábitos que promueven el bienestar físico y emocional.

Por tanto, aprender a convivir con el miedo desde una perspectiva más compasiva y constructiva así como crear espacios seguros para aceptar nuestras emociones y crecer a partir de ellas ¡posibilita la integración perfecta! ya que convierte al miedo en una herramienta que invita a descubrir la realidad con valentía, conexión y propósito.

Ahora dime tú, ¿hay algo en tu vida que te dé miedo y puedas reinterpretar con amor? ¿cómo puedes transformar lo que te asusta en una situación que te permita conectar o aprender? ¿quizás pidiendo que te escuchen, ayuden o que te tengan paciencia porque estás procesando algo?

¡Salud, café y muchas filosofadas!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *