Hoy vamos a volver por donde lo dejamos la última vez; ¿recuerdas que comenté que podía interpretar un agarrón como una ofensa o como una excitación si me gusta el sadomasoquismo?
Pues lo mismo pasa con el vacío existencial.

Hemos de tener en cuenta, siempre que podamos, que somos producto de una cultura y de miles y miles de años de evolución que ha ido adaptándose al entorno como ha podido. Ni tan si quiera como ha querido. Actualmente, somos unos privilegiados que se pueden permitir eso de estar rayados y tienen las herramientas para permitirse no estarlo.
Este amplio abanico de posibilidades ha derivado en crisis de identidad, cantidades ingentes de información sin procesar, inestabilidad laboral, despilfarro económico de cosas innecesarias, relaciones interpersonales vacías que pueden durar en el tiempo para compensar esa misma fragmentación identitaria, fin del (o falta de voluntad por iniciar) compromiso para con la comunidad etc (para más consecuencias lectura de Zygmunt Bauman) etc etc
En nuestra cultura, ese vacío existencial propiciado por una sociedad líquida (término que conozco por Bauman) está bastante ligado al sentimiento de apatía, aburrimiento y alienación social.
Así como a ese proceso de pena cuando dejamos de estar cerca de alguien que queremos.
Sin embargo, en la cultura oriental dentro de distintas filosofías como la budista o taoísta, se entiende este vacío existencial como la antesala donde se van reuniendo movidas perceptivas de aceptación de la realidad hasta alcanzar «la iluminación espiritual» que desde mi yo poco metafísico es entender que las cosas son o no son tal y como las percibo. Y que, como no puedo explicar casi nada, mantengo la mente abierta a casi todo.
Cuando era adolescente solía dudar sobre las intenciones de las palabras ¿me querrá decir otra cosa en lugar de lo que dice? Creo que aprendí a pensar así cuando personas importantes para mí me mentían y decían una cosa y hacían otra. Más tarde, otra persona importante para mí, a la cual le preguntaba: «¿en verdad no querrás decirme que… en lugar de…?» me soltó: «Nora, te quiero decir lo que te estoy diciendo, YA ESTÁ. DEJA DE DUDAR DE MÍ». A partir de ahí pensé: «joder, pues igual tengo que parar de mal pensar de la peña y dejé de hacerlo». Algo harto gilipollas por mi parte. Los hombres se aprovechan de la chica confiada y les pasaría por encima a todos los que lo han hecho con un triciclo al estilo Jigsaw hasta romperles la cabeza, literalmente.

El perdón, por mucho que pueda o «tenga derecho» (menuda frase de mierda, me gustaría recalcar) a entender determinados factores, cuando no me sale de mi cosita de mear perdonar, pues no me sale de mi cosita de mar. Y ya. Ni para estar en paz, ni para transitar mis enfados, ni porque la justicia divina me dé derecho a ser humana y ejercer mi libre albedrío (XD), ni nada, cada cual con sus ritmos.
Me cuesta no olvidar cosas y cuando no las olvido, no puedo perdonarlas. Ya que he aprendido que eso quiere decir que no han sido reemplazadas por otras experiencias positivas en ese ámbito.
Por ejemplo: estaba con un chico que no sabía lo que quería para él y a mí se me da fatal adivinar. Me sentía mal porque me decía cosas feas que sus amigos y amigas decían sobre mí y preguntarle cómo respondía él, me decía cosas tipo: «tiene razón o no decía nada». Esos recuerdos nunca fueron reemplazados, entonces, no pude perdonar porque no sabía cómo quería que me quisieran.
Todo esto se me complica aún más por la discapacidad que tengo, tardo más en pensar mal (aunque intente hacer ver que sí a veces para ver si me lo creo) y en saber lo que quiero. Esto me lleva a no hacer discriminación entre las buenas y las malas influencias. Duele mucho darse cuenta de que aunque las personas puedan llegar a quererte mucho y tú a ellas, lo que fue bueno puede dejar de serlo y hay que procurar tratarnos con atención y cariño mientras haya voluntad por permanecer junto a alguien

Pero como me ha pasado con otras relaciones interpersonales, cuando no hay voluntad, ha sido mejor marcharme cuanto antes, aunque a veces se me va la olla y les hablo en plan: ¿Qué tal? ¿Nos vemos? ¡Cuánto tiempo!
Pero en fin, lo sé, continuar una relación afectiva por el recuerdo de lo que te provocaba al principio, no lo veo más que como manifestación de lo que se conoce como neofobia (sin llegar a lo patológico eh, pero bastante limitante) y poco autoconocimiento.
Un buen amigo no te dirá: «esto es lo mejor para ti», pero sí te ayudará a que te des cuenta tú misma de qué es lo que quieres. Las personas que te importan y a las que les importas en ilusoria igualitaria medida, son las que nos alejan del vacío existencial presente en nuestra cultura occidental. Por tanto, buscarle el sentido a la vida requiere un arduo esfuerzo que acabará cuando aprendas a distinguir entre lo que SÍ importa de lo que NO. De momento, intentaré tener en cuenta que todo lo que ignoro, no existe para mí y que la percepción de la peña está limitada por las cosas que entiende.
Hasta entonces,
hemos venido a jugar.
PD: Tengo pendiente contar una historia que me ocurrió en el aeropuerto de Madrid a Ibiza, pero eso lo haré cuando mi querido amigo Mario pase las fotos del viaje al ordenador. Sin presión Mario.